No fui traicionada por las aguas del Caribe.
Me dieron más de lo que yo había pedido, incluso una picadura de aguamala, cuya mancha sobre mi pierna presumiré a manera de trofeo por haberla conseguido mientras practicaba snorkeling de manera temeraria y audaz en Cozumel.
Voy a recordar por mucho tiempo, cada noche, la visión de una mantarraya enorme y divina, flotando suavemente en el mar.
Y definitivamente no olvidaré los rostros de mis hijos al elevarse el avión, la seguridad de Harry nadando en las albercas, la euforia de William mientras nadaba entre delfines, y el asombro de Fefé en Chichén Itzá.
Yo me quedo con la alegría infinita que proporciona la arena, el mar y un cielo azul inmenso sobre nuestras cabezas. No me hace falta nada más.

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