La palabra es jaqueca.
Hoy amanecí con jaqueca, lo cual no es algo que ocurre muy a menudo. Tal vez sólo un par de veces durante el año.
Y esto tiene su explicación.
Regularmente mis neuronas cohabitan unas con otras en sosegada inactividad. Al igual que mis glóbulos rojos, a mis neuronas no les gusta llevar un ritmo muy agitado. Pero son sensibles, detectan esos finos y casi imperceptibles cambios en el ambiente.
Todo empezó con el eclipse. Celebraron un ritual pagano en mi sistema nervioso central. Y luego le siguió el clima, el anuncio de una primavera temprana. Y a partir de ahí, fue la locura.
Mis neuronas festejaron con auténtico frenesí el equinoccio, danzaron y copularon con singular energía. Los orgiásticos festejos causaron un bloqueo en mi carótida, con lo que casi me provocan un aneurisma.
Pero todo terminó anoche. Agotadas y satisfechas, mis neuronas se despidieron entre sí, prometiendo llamar (Yeah, right).
Se terminaron las jaquecas, volverán hasta el solsticio, cuando el llamado del fuego incite a mis neuronas al sexo y al desenfreno. Si tan sólo se lograran reproducir las muy taradas.

Yo también quedé agotada. En medio de las celebraciones, despertaba cada noche de sueños belledejourescos, preguntándome dónde se habría quedado el látigo la última vez.

Voy por una aspirina.

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