El recuento de la semana

Cada charla que tengo con William o con Harry es motivo de conversaciones posteriores con Fefé. Todas se me quedan grabadas por el impacto que tienen en mi vida.
Pero la charla de hoy fue más difícil que otras.
William quiere mucho a su compañero I. I es un líder, buen deportista, inteligente, cualidades todas que yo veo en mi retoño. Pero I puede ser hiriente. Y si un día decide no hablarle a cierto compañero, puede convencer a todos de que tampoco lo hagan.
Ha sido el turno para William y se siente muy lastimado. Dice que cuando le toca a I repartir los libros, a él se los avienta. Que no puede juntarse con A porque I se lo prohibió. Que le dan celos (usó esa palabra) cuando ve a otros niños jugando con I. Que le gustaría tener un amigo especial pero que es difícil porque a veces no siente tener mucho en común con otros niños, que no hay niños con los cuales platicar sobre los planetas, el mundo, la geografía, las películas y las caricaturas que él ve.
Le platiqué de Celia, mi compañera de secundaria. Por fortuna, gracias a mi carácter antisocial, ese tipo de conductas de su parte me valían un comino. E incluso alguna vez le dije que a mí no me podía tratar como su chacha y yo le hablaría a quién se me pegara en gana, le gustara a ella o no.
Decidió que pensaría en esa posibilidad y por lo pronto invitará a un par de niños a casa a jugar videojuegos y fútbol.
Me pareció un gran momento para invitarlo una hamburguesa y aceptó. Harry apoyó la decisión y los consejos con su sabiduría de hombre cosmopolita.
Salieron del restaurante tarareando Move along. Aproveché para hablarle a la comadre y pedirle la canción. No pudo programarla, en cambio les envió un saludo.

Es increíble lo que una hamburguesa y escuchar tu nombre en la radio pueden conseguir en el ánimo de un niño.

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Harry tiene algunos problemas de psicomotricidad fina, agravado un poquito por un cierto grado de lateralidad cruzada.
Hicimos la tarea de letra cursiva, y digo "hicimos" porque primero tuve que marcarle yo las palabras en lápiz para que él siguiera los movimientos de las letras.
Casi nos arrancamos el cabello por su insistencia a hacer movimientos contrarios a su propia naturaleza de zurdo. En un ataque de desesperación pregunté:
- Harry, ¿quién de tu salón hace letra cursiva?
- Todos, menos yo.
- ¿Y quién sabe tocar el violín?
- Nomás yo.
- ¿Y qué es más difícil?
- ¡Hacer la pinche letra cursiva!
Fin de la discusión.

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A R le gusta G desde que ella estaba en quinto de primaria. Ahora está en primero de secundaria y le gustaría saber si tiene alguna oportunidad con G. R no es una chica fea. Es linda, inteligente, risueña, pero alguien le debería decir que ya es tiempo de usar desodorante. Yo no tengo el corazón para hacerlo.

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Han conectado la computadora de la secretaria a internet y ya le di un curso intensivo, empezando por cómo guardar las fotografías de hombres desnudos que abundan en la red.
A cambio me hizo un regalito: unos aretes que dice que en cuanto los vio, pensó en mí.
Tienen forma de espermatozoide.
No entiendo por qué pensó en mí.



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