Economía del lenguaje Parte II

O sea, a lo que voy...
Al contrario de lo que nuestro profesor de periodismo nos dijo (en venganza lo nombramos padrino de generación y lo hicimos pagar salón, grupo musical y bocadillos. La lana de las multas se las clavó el agente 00-majadero.) hay ciertas palabras mucho más ricas que las aconsejadas por los puristas de la lengua y adoradores del diccionario.

Analicemos el mensaje:
"No mames". En ningún momento la frase intenta coartar la libertad sexual o culinaria o ambas de mi destinatario. Esas dos palabras manifiestan un sentido de escepticismo crítico e incredulidad ante un hecho presente e inamovible.
"Güey". He oído a muchos maestros quejarse del uso del "güey", culpando a Big Brother y otros realities, del abuso que la pobre palabreja ha sufrido.
No nos engañemos. Yo uso y abuso del "güey" desde mis años mozos.
El caso es que la satanización del "güey" se ha extendido tanto que nos impide apreciar sus alcances significativos:
En el mensaje, "güey" es algo más que "compa", más que "amigo". Quiere decir "hermano", "compañero".
Qué lindo.
"Qué pinche cruda traigo." "Pinche", qué palabra tan musical. Armónica. Y ambivalente.
Yo elegí utilizarla en su connotación negativa, valorando una situación y adjetivándola para enfatizar, como recurso poético.

Escribí un mensaje de siete palabras para expresar: Estoy incrédula e impotente ante estas circunstancias, amiga querida y leal. Las molestias ocasionadas por la ingesta excesiva de bebidas embriagantes y etílicas, me resultan intolerables.

Tons... ¿dónde se supone que radica la riqueza lingüística?

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