Una vez compré un celular a crédito. En el penúltimo mes de pago, me robaron el celular.

Tengo una sensación similar ahora.
No he ido al banco a depositar en mi tarjeta, pero los libros que compré se me van, se me diluyen...

Fefé dice que qué caso tiene leer tan rápido si no puedo recordar lo que leí.
No me pasa siempre, pero a veces me quedo parada frente al librero durante minutos que me saben a horas, tratando de recordar en cuál libro leí tal frase.
De todos modos, no leo para aprender. Y aunque lo de recordar puede ser útil (sobre todo recordar a quién le prestaste cierto libro que sigue ocupando un lugar virtual en el librero), tampoco leo para memorizar y recitar. Pero sería muy lindo tener a la mano, o a la cabeza, aquel poema que me encantó y decirlo bajito bajito, entre las sábanas, bajo un árbol, frente a un café... como personaje de algún libro.

Leo porque sí. Porque las letras se me van metiendo por los ojos, enlazándose unas a otras, conformando un hilo invisible que me atrapa entre palabras, las muy malditas y llegando a lugares de mi cuerpo adonde nunca imaginé que pudiera llegar el alfabeto.

A veces me libero.
Pero hay ciertas formas de esclavitud a las que gozosa regreso.




Terminé Hasta luego y gracias por el pescado (necesito enviar a impresión los otros libros) y Dioses menores (¡Wow! maravilla de libro). Ahora estoy leyendo Palinuro de México.
Mis impresiones hasta el momento:
1. La gran ilusión.
La expectativa y las preguntas.
2. Estefanía en el País de las maravilas.
La audacia y la sorpresa.
3. Mi primer encuentro con Palinuro.
La incertidumbre.
4. Unas palabras sobre Estefanía.
La belleza, el llanto, la emoción (literalmente, lloré).
5. El ojo universal.
La risa. La risa.
6. Sponsalia Plantarum y el cuarto de la Plaza de Santo Domingo.
La tía Amaranta y Las Causas de Borges.

Y hasta ahí voy.
Seguiré reportándome.


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