Fui engañada.
Me siento tonta, crédula, torpe, ingenua.
Y todo por creer en ese abstracto llamado “pareja”.
¿Cuántas veces dije “encontré a mi alma gemela”? ¿Cuántas veces apoyé mi cursilería en aquel corolario de “la suma de las partes…”?
Filosofía, matemáticas… estaban de mi parte.
Las poesías y los boleros me daban la razón.
¿Quién era yo para cuestionar a Castellanos con su “hay otro, siempre hay otro”?

Me siento arrojada de manera violenta hacia el cinismo.
Yo sé que ya muchos han dicho antes que el matrimonio es la forma infalible, institucionalizada y segura de perpetuar la especie.
Ahora tengo una teoría geopolítica sobre la pareja.
Se me aparecen imágenes de otras lecturas, imágenes de hermosas mujeres morenas adornadas con flores, caminando libres por la fragante selva, sabiendo que no está obligada a permanecer con quien no quiere, que la “pareja” no existe mas que para fines sensuales y que ninguna relación está establecida en el “para siempre”.
¿Quién necesita “matrimonio” cuando se vive en una islita que amenaza con sobrepoblarse?
Geografía.
¿Será por eso que el Estado Grande posee el mayor índice de divorcios en el país, divorcios que aseguran la procreación con una y otras parejas?

Sigo cayendo en el profundo vacío del cinismo.
Pero, he de aferrarme a algo.
El panorama no debe ser tan desolador.

Es cierto.
He vivido engañada pero habría que mirar un par de veces alrededor y replantearse las concepciones del mundo. Total que me la paso haciendo teorías a ver cuál pega.
Pensemos otra vez.
Platón dice que somos seres incompletos que vamos por la vida buscando a nuestra otra mitad.
Partiendo de ahí, topo con pared.
No sé ustedes pero yo no estoy incompleta. Hasta un apéndice tengo que según sé, ni falta hace. O sea que tengo piezas de repuesto.
Luego, buscamos the meaningful other.
Es decir, la búsqueda no conlleva amor, es mera fatalidad, predestinación.
A mí eso del destino como que no se me da. Prefiero pensar que las riendas de mi vida las manejo yo, aunque tampoco sea verdad.
También quiero pensar que estar con quien estoy fue producto de una decisión nacida de una libre elección. Y que el embonamiento perfecto de nuestros cuerpos en el abrazo, en el sueño, en la faena, ha sido resultado de un proceso de pulimentación, donde nos hemos perfeccionado como seres para entonces sí, ser el uno para el otro, libremente, y no fatídicamente.
Claro, en el proceso, institucionalizamos relaciones, procreamos e hicimos lo que medio mundo hace pero el punto es… el punto era… tenía moraleja… este… contenía altas y profundas enseñanzas.
Ya me perdí.
Si me encuentro, les hablo.

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